miércoles, 25 de julio de 2012

LA ODISEA










En la isla de los Cíclopes (quienes, en la mitología griega, eran gigantes con un solo ojo en la frente), Odiseo y doce de sus compañeros caen prisioneros del terrible Polifemo. Este monstruoso Cíclope los retiene en su caverna y, cada día, despedaza y devora a dos cautivos. Entonces Odiseo concibe un plan para acabar con tan horrorosa pesadilla.
Toma, Cíclope, bebe vino, ya que comiste carne humana, a fin de que sepas qué bebida se guardaba en nuestro buque. Te lo traía para ofrecer una libación en el caso de que te apiadases de mí y me enviaras a mi casa, pero tú te
enfureces de intolerable modo. ¡Cruel! (...)

Así le dije. Tomó el vino y bebióselo. Y gustóle tanto el dulce licor que me pidió más:
-Dame de buen grado más vino y hazme saber inmediatamente tu nombre para que te ofrezca un don hospitalario con el cual te huelgues. Pues también a los Cíclopes la fértil tierra les produce vino en gruesos racimos, que crecen con la lluvia enviada por Zeus; pero el mío se compone de ambrosía y néctar.
Así habló, y volví a servirle el negro vino: tres veces se lo presenté y tres veces bebió incautamente. Y cuando los vapores del vino envolvieron la mente del Cíclope, díjele con suaves palabras
-¡Cíclope! Preguntas cuál es mi nombre ilustre y voy a decírtelo; pero dame el presente de hospitalidad que me has prometido. Mi nombre es Nadie, y Nadie me llaman mi madre, mi padre y mis compañeros todos. Asi le hablé, y en seguida me respondió con ánimo cruel:
-A Nadie me lo comeré el último, después de sus compañeros, y a todos los demás antes que a él: tal será el don hospitalario que te ofrezca.
Dijo, tiróse hacia atrás y cayó de espaldas. Así echado, dobló la gruesa cerviz y vencióle el sueño, que todo lo rinde: salíale de la garganta el vino con pedazos de carne humana, y eructaba por estar cargado de vino. Entonces metí la estaca debajo del abundante rescoldo, para calentarla, y animé con mis palabras a todos los compañeros: no fuera que alguno, poseído de miedo, se retirase. Mas cuando la estaca de olivo, con ser verde, estaba a punto de arder y relumbraba intensamente, fui y la saqué del fuego; rodeáronme
mis compañeros, y una deidad nos infundió gran audacia. Ellos, tomando la estaca de olivo, hincáronla por la aguzada punta en el ojo del Cíclope, y yo, alzándome, hacíala girar por arriba. Así, nosotros, asiendo la estaca de ígnea punta, la hacíamos girar en el ojo del Cíclope y la sangre brotaba alrededor del caliente palo. Quemóle el ardoroso vapor párpados y cejas, en cuanto la pupila estaba ardiendo y sus raíces crepitaban por la acción del fuego. (...) Dio el Cíclope un fuerte y horrendo gemido, retumbó la roca, y nosotros, amedrentados, huimos prestamente, mas él se arrancó la estaca, toda manchada de sangre, arrojóla furioso lejos de sí y se puso a llamar con altos gritos a los cíclopes que habitaban a su alrededor; dentro de cuevas, en los ventosos promontorios. En oyendo sus voces, acudieron muchos, quién por un lado y quién por el otro, y parándose junto a la cueva le preguntaron qué le angustiaba. (...)
Respondióles desde la cueva el robusto Polifemo:
-¡Oh, amigos! Nadie me mata con engaño, no con fuerza.
Y ellos le contestaron con estas aladas palabras:
-Pues si nadie te hace fuerza, ya que estás solo, no es posible evitar la enfermedad que envía el gran Zeus; pero ruega a tu padre, el soberano Poseidón.
Apenas acabaron de hablar, se fueron todos, y yo me reí en mi corazón de cómo mi nombre y mi excelente artificio los había engañado. El Cíclope, gimiendo por los grandes dolores que padecía, anduvo a tientas, quitó el peñasco de la puerta y se sentó a la entrada, tendiendo los brazos por si lograba echar mano a alguien que saliera con las ovejas: ¡tan mentecato esperaba que yo fuese! Mas yo meditaba cómo pudiera aquel lance acabar mejor y si hallara algún arbitrio para librar de la muerte a mis compañeros y a mí mismo.
                                                                                                                       HOMERO




                                                                       Homero
La biografía de este poeta es bastante incierta, ya que las noticias que tenemos de él provienen de leyendas o conjeturas. Se cree que vivió entre los siglos IX y VIII a. de C. y que nació en Jonia, una región de la antigua Grecia. Las representaciones más antiguas que de él se conservan lo muestran como un anciano ciego.
Homero es el autor de dos grandes obras maestras de la literatura universal; los poe­mas épicos La Ilíada y La Odisea.
La Ilíada narra los últimos días de la guerra entre griegos y troyanos, enfrentamiento que, según se sabe, ocurrió realmente alrededor del siglo XII a. de C. En la mitolo­gía, la guerra se inicia cuando París, príncipe de Troya, violando las leyes de la hos­pitalidad, se enamora de la hermosa Helena, esposa del rey espartano Menelao, y decide raptarla y conducirla a su reino. Cuando Menelao se entera de lo sucedido, convoca a su hermano Agamenón. Con él y otros aliados le declara la guerra a Troya, para rescatar a su esposa y vengar la afrenta recibida. El principal aliado de los her­manos griegos fue el divino Aquiles, hijo de Tetis, diosa del mar, y del rey Peleo.
La Ilíada da comienzo con la cólera de Aquiles, quien se retira de la batalla, lo que provoca una gran calamidad en el ejército griego. En el transcurso de los combates, el amigo más querido de Aquiles, Patroclo, muere a manos de Héctor, el campeón troyano. Este hecho provoca el regreso de Aquiles y su enfrentamiento con Héctor quien resulta vencido. La obra termina con los funerales de Héctor.
El mérito de Homero no está en la creación de los argumentos -ya que éstos fue­ron tomados de leyendas muy conocidas en su época- sino en el bello lenguaje que emplea para relatarlos. A lo largo de la obra se suceden poéticas descripciones y hábi­les recursos con los que Homero da vida a sus personajes. El más conocido de estos recursos es el empleo de los epítetos con los que acompaña los nombres de sus pro­tagonistas: Aquiles, el de los pies ligeros; Odiseo, el destructor de ciudades, Atenea, la de ojos de lechuza, etc.
Además, sus personajes son recordados a través de los siglos porque son profunda­mente humanos: sufren pasiones encendidas, odio y venganza, pero también actúan con lealtad, sienten amor y nostalgia, y aceptan las limitaciones que les son impuestas por unos seres superiores: los dioses.
Análisis
1.   Elabora un resumen del fragmento de La Odisea y responde a continuación:
  ¿De quién es hijo Polifemo?
  ¿Cuál es el don hospitalario que Polifemo ofrece a Odiseo?
  ¿Dónde vivían los Cíclopes?
2.   Explica las estratagemas que inventó Odiseo para neutralizar al Cíclope y para escapar de la cueva.


Los hermanos Eteocles y Polinices mueren en una lucha cuerpo a cuerpo por el trono de la ciudad de Tebas. Creonte, tío de ellos y gobernador de la ciudad, considera a Polinices traidor a la patria y prohíbe, bajo pena de muerte, que se le entierre. Ello suponía un gran deshonor para los griegos, pues éstos creían que, sin sepultura, el alma no descansaría jamás. Antígona, hermana de ambos, desacata la orden y, a escondidas, cubre con tierra el cadáver. Es descubierta y debe comparecer ante Creonte.



Creonte.- (Dirigiéndose a Antígona.) Eh, tú, la que inclina la cabeza hacia el suelo, ¿confirmas o niegas haberlo hecho?
Antígona.- Digo que lo he hecho y no lo niego.

Creonte.- (Al guardián.) Tú puedes marcharte adonde quieras, libre, fuera de la gravosa culpa. (A Antígona de nuevo.) Y tú dime sin extenderte, sino brevemente, ¿sabías que había sido decretado por un edicto que no se podía hacer esto?
Antígona.- Lo sabía. ¿Cómo no iba a saberlo? Era manifiesto.
Creonte.- ¿Y, a pesar de ello, te atreviste a transgredir estos decretos?

Antígona. - No fue Zeus el que los ha mandado publicar, ni la Justicia que vive con los dioses de abajo la que fijó tales leyes para los hombres. No pensaba que tus proclamas tuvieran tanto poder como para que un mortal pudiera transgredir las leyes no escritas e inquebrantables de los dioses. Estas no son de hoy nide ayer, sino de siempre, y nadie sabe de dónde surgieron. No iba yo a obtener castigo por ellas de parte de los dioses por miedo a la intención de hombre alguno. Sabía que iba a morir, ¿cómo no?, aun cuando tú no lo hubieras hecho pregonar. Y si muero antes de tiempo, yo lo llamo ganancia. Porque quien, como yo, viva entre desgracias sin cuento, ¿cómo no va a obtener provecho al morir? Así, a mí no me supone pesar alcanzar este destino. Por el contrario, si hubiera consentido que el cadáver del que ha nacido de mi madre estuviera insepulto, entonces sí sentiría pesar. Ahora, en cambio, no me aflijo. Y si te parezco estar haciendo locuras, puede ser que ante un loco me vea culpable de una locura.
Corifeo.- Se muestra la voluntad fiera de la muchacha que tiene su origen en su fiero padre. No sabe ceder ante las desgracias.
Creonte. - Sí, pero sábete que las voluntades en exceso obstinadas son las que primero caen, y que es el más fuerte hierro, templado al fuego y muy duro, el que más veces podrás ver que se rompe y se hace añicos. Sé que los caballos indómitos se vuelven dóciles con un pequeño freno. No es lícito tener orgullosos pensamientos a quien es esclavo de

los que le rodean. Esta conocía perfectamente que entonces estaba obrando con insolencia, al transgredir las leyes establecidas, y aquí, después de haberlo hecho, da muestras de una segunda insolencia: ufanarse de ello y burlarse, una vez que ya lo ha llevado a efecto. Pero verdaderamente en esta situación no sería yo el hombre -ella lo sería-, si este triunfo hubiera de quedar impune. Así, sea hija de mi hermana, sea más de mi propia sangre que todos los que están conmigo bajo la protección de Zeus del Hogar, ella y su hermana no se librarán del destino supremo. Inculpo a aquélla de haber tenido parte igual en este enterramiento. Llamadla. Acabo de verla adentro fuera de sí y no dueña de su mente. Suele ser sorprendido antes el espíritu traidor de los que han maquinado en la oscuridad algo que no está bien. Sin embargo, yo, al menos, detesto que, cuando uno es cogido en fechorías, quiera después hermosearlas.

Antígona.- ¿Pretendes algo más que darme muerte, una vez que me has apresado?                          

Creonte.- Yo nada. Con esto lo tengo todo.
Antígona.- ¿Quéte hace vacilar en ese caso? Porque a mí de tus palabras nada me es grato -¡que nunca me lo sea!-, del mismo modo que a ti te desagradan las mías. Sin embargo, ¿dónde hubiera podido obtener yo más gloriosa fama que depositando a mi propio hermano en una sepultura? Se podría decir que esto complace a todos los presentes, si el temor no les tuviera paralizada la lengua. En efecto, a la tiranía le va bien en otras muchas cosas, y sobre todo le es posible obrar y decir lo que quiere.

Creonte.- Tú eres la única de los Cadmeos que piensa tal cosa.

Antígona. - Estos también lo ven, pero cierran la boca ante ti.

Sófocles


Sófocles nació en Colona, Grecia, y vivió entre los años 496 y 406 a. de C. Fue atleta en su juventud y conservó siempre una excelente condición física. De familia rica, durante toda su vida ocupó importantes cargos en la política ateniense. Comenzó su carrera literaria a los veintisiete años, participando en los concursos atenienses, donde triunfó muchos años sin interrupción.

Sófocles fue un autor muy prolífico; escribió ciento veinte tragedias, de las cuales sólo se conservan siete. Las más importantes son: Antígona, Edipo rey, Edipo en Colona y Electra.
Lo más importante para Sófocles era el estudio del alma humana. Sus personajes son seres humanos sacudidos por hondas pasiones (el sufrimiento, la traición, la ven­ganza, el deshonor, etc.) y agitados por un destino que no pueden controlar con su voluntad.

Sófocles no se muestra ajeno al sufrimiento de los hombres sino que los expone con dramática claridad.

Uno de los aspectos más interesantes del estilo de Sófocles es la presentación de la psiquis de los personajes. El conflicto trágico en Sófocles no es de carácter absolu­to, es decir, no se plantea en función del cumplimiento de un destino inexorable, sino que surge del interior del alma humana como una contraposición entre el sujeto y el mundo. En este sentido, los conflictos de las tragedias de Sófocles tienen una dimensión muy interesante. Esta forma básica del conflicto será retomada, siglos des­pués en otros géneros típicamente modernos, tales como la novela o el drama.
      Análisis
1.   Lee atentamente el texto y responde:
   ¿Quién era Creonte?
   ¿Por qué Antígona quiso enterrar a su hermano?
   ¿Qué insolencia, según Creonte, cometió Antígona?
   ¿Qué castigo merecerá Antígona por el delito cometido?
2.   Analiza atentamente las palabras del Corifeo. Luego explica cuál es la función del corifeo en este fragmento de la tragedia de Sófocles.
3.   Al inicio del fragmento, Creonte se dirige a Antígona por un epíteto: la que inclina la cabeza hacia el suelo.
   ¿Crees que la actitud de Antígona es de obediencia y reconocimiento a la autoridad? Justifica tu respuesta.
4.   Antígona y Creonte no reconocían las mismas leyes. Reflexiona y responde qué leyes regían para cada uno.
   ¿Crees que Sófocles, al escribir Antígona, quería poner este mismo tema en discusión? ¿Por qué lo crees así?
       5.   ¿Qué características del teatro de Sófocles están presentes en este fragmento?


                                                                                             





















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